
El chico se acerca a ella, la abraza y la da un beso. Ese instante le parece tan bonito que ella se olvida de todo, sus propósitos, sus miedos, sus escrúpulos. Poco a poco ambos se van quitando la ropa el uno al otro. Por primera vez ella se encuentra completamente desnuda entre sus brazos, mientras una luz mágica se va extendiendo por el mar e ilumina tímidamente sus cuerpos. Después, en medio de un mar de caricias, del ruido de las olas lejanas, del graznido de alguna gaviota, del aroma de las flores, sucede.
Él se coloca con delicadeza sobre ella. La chica abre los ojos amenazada por aquella ternura. Él la mira. No parece asustada. Le sonríe, le pasa una mano por el pelo tranquilizándola. Ella cierra los ojos conteniendo la respiración, repentinamente arrebatada por aquella emoción increíbl, por aquel mágico hacerse suya para siempre.
Alza la cara hacia el cielo, suspirando, aferrándose a sus hombros, estrechándolo entre sus brazos. Luego se abandona, delicadamente, más serena. Suya. Abre los ojos. Él está dentro de ella. Aquella dulce sonrisa ondea llena de amor sobre su cara. De cuando en cuando la besa. Pero ella ya no está allí. Aquella muchacha de los ojos marrones temerosos, de la infinidad de dudas, de los mil miedos, ha desaparecido. Ella piensa en lo fascinante que le parecía cuando era niña la historia de las mariposas. Aquel capullo, aquella pequeña oruga que se tiñe de mil espléndidos colores y que, sin previo aviso, aprende a volar. Se vuelve a ver de nuevo. fresca, delicada mariposa recién nacida, entre los brazos de él. Le sonríe y lo abraza mirándolo a los ojos. Luego le da un beso, tierno nuevo, apasionado. Su primer beso de mujer.
- No soy buena, ¿verdad?
+ Eres buenísima.
- No, me siento algo torpe.
+ Eres perfecta.